jueves, 14 de abril de 2016

CARTA A MÍ MISMA EN MI 57 CUMPLEAÑOS


Es preciso escribir, me digo,
preciso dejar que las letras
digan por mí lo que yo
no me animo a decir.

Estoy un poco más vieja,
no tan vieja como mi madre
ni como las viejas
que nos imaginamos
cuando decimos la palabra vieja.

Sólo que ya
no soy tan joven
como cuando tenía
otra edad.

No todo es la edad
y me doy cuenta
que vivo en otro mundo
y eso no sé
si es bueno o es malo.

Es, simplemente, otra edad.
Una edad en la que te sientes bien,
cuando las circunstancias lo permiten,
y puedes caminar con soltura,
y hasta correr (un rato, suavemente)
o saltar (a cierta distancia).

Una edad,
en la que una mujer,
yo, por ejemplo,
no sabe muy bien qué hacer.

Porque siempre hay mucho trabajo
y poco tiempo libre
y, además, los compañeros
están muy ocupados
en crecer y cambiar el mundo
y los amigos, son amigos
en alguna frase, en ese saber
que el otro está ahí y eso es importante.

Los padres envejecieron
como para no querer saber
de muchas cosas
y los hijos crecieron
como para ir haciendo su vida
que ya tienen una edad
y algunos deseos.

Y volvemos
a qué hace una mujer de 57 años
que no sabe qué camino ha de seguir
de ahora en adelante.

Para lo que creía servir,
no sirvo
lo que nunca había hecho
parece
que no se me da mal
pero no da de comer.

Estoy en una encrucijada
 y no sé qué hacer.

Seguir trabajando
eso no se cuestiona.

Seguir estudiando
mientras sea posible.

Seguir escribiendo,
eso no se cuestiona.

Seguir haciendo el amor
mientras las circunstancias
lo permitan.

57 años es una edad
que me puso contenta
y cuando llegaron
no sé qué hacer
con esa edad.

Un odio por las jóvenes
a las que achaco
que me quitaron algo
que yo tenía,
un hombre.

Y resultó
que el hombre estaba en mí
y era un hombre vacío
lleno de extravagancias
de miedos
de dolor.

Tendría que poder reconocer
que no fue sencillo cumplir
cincuenta y siete años
y que en el camino
hubo poesía,
y algo de psicoanálisis
que descubrí el amor
y que al dolor
le puse unas palabras
que lo hicieron
dolor humano.

Es como si no pudiese acercarme
a algún lugar desde donde
poder decir
que, a pesar de todo,
soy feliz.

Estoy contenta de haber elegido este camino
contenta de hablar con tantas personas
tan diferentes entre sí y conmigo
contenta de desear levantarme cada mañana
porque alguien en algún lugar me espera
porque alguna tarea queda por hacer.

A los cincuenta y siete años
pasan cosas
en el cuerpo
que no pasaban a otra edad
y cosas que pasaban
y dejaron de pasar.

Me doy cuenta
de lo cerca que estoy de los sesenta años
y me asombra que hayan pasado tantos años
y no ser una mujer gorda y con el pelo blanco
a pesar de estar tan cerca de esa edad.

Ahora ocurre que no sé
como ir cerrando esta carta
con forma de poema
que aunque no aclaró mucho
la cuestión
me permitirá decir que al menos
una carta escribí
dedicada a esta edad
tan novedosa.

Estoy viva,
eso me sorprende cada vez,
un poco más grande,
a pesar de no darme mucha cuenta
y un poco menos sonriente,
salvo cuando canto.

Eso si que ha sido un descubrimiento,
no sabía que cantar me daba tanta vida.
No sabía que era capaz de disfrutar
leyendo un poema,
que era capaz de escribirlo.

No sabía y sin saber
fui haciendo, y haciendo
algo fui consiguiendo.

Y me da alegría
darme cuenta
que cada poema
es como la primera vez
y eso quiere decir
que hay un lugar
donde no es importante
la edad.

Quiero decir
que siempre será posible
construir nuevas frases
que den paso a los cambios
que haya que ir produciendo,
que toda la dificultad que encontraba
al principio de la carta
debía consistir en pensar los años quietos,
inamovibles
cuando, por el contrario,
me encuentro con que están
llenos de vida
que hay que ir viviendo.

Y va llegando el final,
y eso es lo que más cuesta
si lo estás esperando,
si quieres que sea de una manera,
si no te conformas con que el final llega
y está escrita la carta.

Cruz González Cardeñosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario