Era entonces la primera hora.
A pecho abierto cruzábamos los campos
rociados de ingenuidad
entre las líneas quebradas de los 80
y los arroyos
llenos de secretos y peligros.
Éramos todavía comediantes y aburridos
vagabundos de sueños castrados
eternos payasos
descubridores del oro mágico
colonos de la primavera
torpes principiantes
constructores de una nueva mitología
ignorantes, confundidos y felices.
Girando la tierra crecimos
crecimos dura e inevitablemente
y fuimos juzgados en el tiempo
(en otro tiempo)
y condenados sin preverlo.
Unos
escondieron su herencia bajo las carnes
dominaron sus impulsos
los ahogaron en naylon y resplandor
otros confiaron su suerte al horóscopo
y se fundieron con el silencio
en el vacío.
Los últimos
unos pocos
vuelven la vista atrás
a pecho abierto cruzan otra vez los campos
y regresan locos.
Es la lógica que se cumple.
(A partir de un poema de Fernando Sosa)
Manuel Ávila González
La Habana, Cuba, 1962
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